De todos los
animales que trajinan la noche el búho me parece el más interesante, me lo
pido. Aunque no sé si se puede elegir. Lo de la reencarnación me suena de
oídas, y hasta el momento, ningún murciélago de los que andan por aquí, ha
conseguido convencerme de que él, ahora, vuela libre después de haber agotado
otra vida como un simple ratón prisionero de esta tierra que todo lo considera
suyo y termina por apropiárselo.
El asunto es más sencillo, vas y te
lo crees. Sin razonar, porque ese vicio lo desaconsejan todos los médicos.
Me gusta la noche porque en la
oscuridad cualquier cosa es posible y porque donde yo vivo no hay nadie que me
lleve la contraria. Y me gusta sobre todo en verano, cuando el día es más
agresivo y se empeña en llenar el ambiente de realidad. Se va la luz y por fin
todo se llena de fantasmas y hasta la más extravagante de las ideas tiene
hueco.
La gata que vive conmigo me cuenta
que lo suyo es por la maldición. Le iba bien de puta, solitaria y sin ese chulo
del gato de Cheshire que a todo humano nos acompaña. Yo la convertí en princesa
y ahora los suyos la huyen, y no les culpo porque los gatos que se vuelven de
casa están condenados a escucharnos.
De noche piensas y te contestan.
Quizá la reencarnación consista en eso, en convertirse en una de las voces que
acuden en nuestro auxilio para negociar con las angustias que nos desordenan. Pero
no tengo ninguna certeza, porque esas respuestas pueden llegar desde nuestro
propio yo que ya sale reencarnado de talleres, como si una parte, oculta y misteriosa
de nosotros, nos estuviera esperando, sabedora de que nuestro destino, que no
es inmune a ese morboso complot que acompaña a la vida, es el destino con el
que ya nacemos atormentados; de forma que otra parte, acaso menos oculta y menos
misteriosa pero asociada en el mismo negocio con la anterior, a su vez, venga
con el encargo de crear esas angustias y confundirnos, y entre las dos hacernos
creer, cuando nos llegue ese momento en el que deja de amanecer, lo bonito que
será convertirse en una voz que no envejece.
Todo es posible aunque para elegir
nunca nos ha faltado imaginación. Nosotros, que somos más listos que el resto
de los animales y por eso inventamos las armas para matarnos con mucho más
civismo y no a mordiscos como las bestias, también hemos inventado el rollo de
las religiones, que da para mucho arte, un montón de guerras y además son un
gran negocio. Pero yo me quedo con el búho porque no hace prisioneros, apenas
sonríe y sólo es compañero del silencio.
Y es que retomando lo de la
reencarnación, siempre podemos encontrar mil excusas tentadoras para volver, porque
para aprendices tal vez no sea suficiente con una vida y yo sólo espero que el
búho no tenga memoria. De lo contrario todo sería menos divertido y a nadie le
gusta girar en círculo. Aunque no sé, me siento raro, yo nunca había visto
las cosas desde esta perspectiva por la noche. O al menos, no recuerdo otro tiempo en el que podía
volar.
Oscar da Cunha
28 de julio de
2019
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