—Contemplar
el balanceo de esas aguas azules empieza a ser con más frecuencia el único
eslabón de la cadena que me mantiene unido a mi pasado. Y pasado, Chère Madame,
es todo lo que soy.
»La
artritis avanzada ha convertido mi presente en una dolorosa supervivencia, y ante
cualquier movimiento esta vieja y triste figura de porcelana amenaza con
romperse. »Mi futuro no consiste
más que en un oscuro túnel al que realizo incursiones con cada vez mayor asiduidad,
y la condena del alzhéimer cerrará la puerta de salida cualquier día y sin
avisar.
—¿Por
qué puso el anuncio, Monsieur…?
—Charles,
Charles es suficiente. Verá, he tenido dos vidas, la segunda ha sido muy larga,
a veces considero que demasiado y además un desperdicio. Sólo he sabido
utilizarla para acumular dinero. Esa no me importa que se vaya disolviendo,
incluso agradezco que se la lleve esa oscuridad. ¿Sabe? Todos mis esfuerzos se
concentraron en amasar una fortuna que me permitiera volver a comprar la
primera, pero fueron estériles. El tiempo es como un jardín de ambrosía, y la
dulce fruta que ayer dejamos pasar, hoy, cuando volvemos, se ha transfigurado
en un incesante reproche.
—¿Y
qué le decidió escogerme a mí, monsieur Charles? Ni siquiera indiqué mi nombre.
—Lamento
no tener un argumento más deferente, es usted la única escritora que se
interesó, Madame…
—Bovary.
No creo necesario confesarle que es un pseudónimo. Pero ya me he acostumbrado
tanto a él que… casi he olvidado mi auténtico apellido.
»Sé
que suena pretencioso para una humilde maestra de escuela jubilada hace ya…
permítame la frivolidad. —Suspiró—. Y escritora de dos novelas que nadie quiso
publicar. Pero la vanidad, Monsieur Charles, la vanidad es todo cuanto
conservo.
—Mis
momentos de lucidez son cada día más escasos, Madame, y caprichosos. Sólo me
atrevo a ofrecerle la vista sobre el océano desde este mirador a cambio de su
paciencia. Mi asistenta se encargará en mi nombre de la remuneración que usted
considere, además de una descortesía me parece una pérdida de tiempo que no me
puedo permitir.
»Algo
me dice que mis nostalgias no sobrevivirán más allá de este verano. Y esas memorias
de mi primera vida, la única en la que realmente supe lo que significaba palpitar,
es cuanto considero imprescindible llevarme al otro mundo. Le prometo pasear
mis palabras con su letra por la eternidad.
»Nunca
me casé, no. Después de ella jamás me abandonó la soledad. Cualquier pretensión
de encontrar alguna semejanza con Emmanuelle, Emma para mí, rozaba el ultraje.
»No
podría afirmar cuándo la conocí, aunque sí recuerdo esa primera vez que la vi y
supe que siempre la había esperado. Nadie en absoluto espera a lo desconocido.
El brillo de su mirada hacía enloquecer de envidia al sol. Cada uno de todos
sus movimientos confirmaban que ni en el nacimiento de la más bella flor la
naturaleza fue capaz de imitarla. Y del tacto de su mano, cuando la cogía al pasear
frente a la playa del mediodía, tomó nombre la seda.
»¿No
escribe apuntes, Madame?
—¿Y
usted, Monsieur Charles, necesita leer recuerdos?
Esa
fue la primera vez que lo vio sonreír.
—Nos
juramos y nos prometimos, nos entregamos y nos recibimos. Y empezamos a
componer con cada latido de nuestros corazones la más bella melodía de amor que
ningún oído humano haya imaginado jamás.
»Pero
me temo que por hoy me veo obligado a rogarle que acepte mis disculpas, Madame
Bovary. Mi gastado cuerpo ya no consigue mantener el ritmo de mi alma. Si
acepta podremos continuar mañana.
—¿Tiene
preferencia por algún momento?
—Elija
usted la luz que más le seduzca sobre el océano.
Mañanas,
cuando no tardes de aquel verano, se fueron deslizando por delicados fragmentos
de poesía sobre los jóvenes Emma y Charles. Como el romance perfecto que
mantienen la línea del horizonte marino y el cielo. Como ese baile interminable
entre la brisa y el cabello de los tamarindos. Como sólo la vida, cuando decide
volverse generosa, regala exquisitos momentos de gran intensidad pero los
reduce a un periodo con horas escatimadas en cada día.
—Recuerdo
aquella solitaria madrugada en la estación. París iba a iluminar nuestro nuevo
escenario y satisfacer mis anhelos por progresar. Le hablo, Madame, de un
tiempo en el que las oportunidades paseaban por las calles de la ciudad de la
luz mientras se olvidaban de este pequeño rincón del mapa con olor a sal, que
es como huelen las lágrimas. Allí conseguiría amarla entre candilejas doradas,
bañarla en perfume de estrellas y vestirla con burbujas de champagne.
»Esperé
con mi maleta en una mano y la otra asida a la barandilla del vagón. Desesperé
tras el último pitido anunciando que el futuro comenzaba a rodar; y camine, aún
sin decidirme a subir, junto a esa máquina del porvenir que lentamente iba
cobrando velocidad.
»Emma
no llegó. Desde el tren fui perdiendo de vista la solitaria estación. Desde
aquellas escalinatas del último furgón vi cómo iban quedando atrás las
promesas, los besos que ya no volverían, los años acariciando ese cielo que se
había despedido de mí sin despedirse. Sin ese último adiós que poder guardar
con el doloroso consuelo de una explicación.
»Y
nunca volví.
»Podría
haberla escrito, incluso regresar para entender su renuncia. Primero fue el
orgullo herido, después esa llaga se fue acostumbrado a mi destierro y aprendí
que era yo quien me había condenado. Aún hoy la conservo, y en ella sufro al
reconocer que mi tiempo perdido ya no admite búsqueda. Aquel no fue el primer
amanecer de mi segunda vida, todavía sigo sin entender esos instantes en los
que decidí enterrar la primera emprendiendo un camino por cuya derogación todavía
no he consumido el último suspiro.
Madame
Bovary tampoco volvió. El manuscrito mecanografiado, una carta y una rosa
marchita aguardaban el amanecer en la puerta. Sin llamar.
"Charles,
amor mío. Sé que no te sorprenderá comprobar que haya preferido entregarte
estás letras escritas a cambio de palabras susurradas al oído. No se puede desandar
una vida y salir ileso. El tiempo de los jardines llenos de color pasó, y de
nosotros no puede quedar sino el recuerdo de dos flores consumidas. Te devuelvo
la mía, añádela a tu viaje por la eternidad.
Te
confirmo que yo tampoco me casé, nadie se merece que le entreguen un corazón
roto y un alma sólo dispuesta a vagabundear por su propio pasado. Para
sentimientos tan hermosos no hay segundas oportunidades. Dice esa habanera
inmortal que la marea viene y vuelve, pero tú que observas el océano sabrás que
las aguas siempre son distintas.
Me
he permitido concluir ese testimonio tuyo incompleto con esta carta, creo que
era lo que durante más de cincuenta años has estado esperando. Navega en ella,
viejo amor. Navega hasta el infinito que siempre buscaste, y cuando hayas
perdido de vista el Norte no vuelvas la mirada porque es mentira que exista un
Norte, como también lo es que exista un Sur. Únicamente existen lágrimas en
nuestro camino, y no te preocupes, la rosa de los vientos es caprichosa y las
sitúa derramándose en cualquier horizonte.
Sí
acudí a la estación aquella madrugada, aún no sé cómo entre tanta pasión se nos
entrometió una espina. Tú buscabas el éxito, yo ya te había encontrado a ti.
París no me pareció más lejano que el parque de las adelfas del pueblo, pero en
tú mirada de nuestros últimos meses empecé a sufrir la distancia de tus ilusiones.
Ya
había decidido que poco importaba ese tren o el mismo del siguiente día si ese
destino servía para compartirlo. Te vi dudar esperando y yo esperé a que te
liberases de tus dudas. Sentí tu desesperación cuando agarraste la barandilla
del vagón y la soltaste al no verme. Después me desesperé cuando la esperanza
escogió que te subieras al tren sin mí. Hubiera bastado una renuncia tuya para
que yo te obligara a no renunciar. Mi maleta esperaba en casa, tan sólo a
cambiar de madrugada, tan sólo a ese… contigo. Una madrugada más, amor mío, una
madrugada más esperaba de ti. Y no me la concediste. La vida es ese tren que se
marcha con nuestros errores mientras se nos rompen los sueños.
Tan
sólo una renuncia y la siguiente madrugada…
Ahora
sólo te debo un beso de despedida, pero no lo necesitas, tú ya aprendiste a
viajar con deseos debidos."
Mme Bovary
"Emma"
Charles
apretó contra su pecho el manuscrito y la rosa marchita. Una mirada final al
océano y todavía podría volver a navegar por la carta. Aún le quedaba tiempo
para el último romance posible, tinta y lágrimas. La enfermedad no le iba a
robar sus recuerdos, y el arsénico le concedería esos sublimes minutos.
Oscar da Cunha
15 de agosto de 2016
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