Lleva mucho tiempo insistiendo con
la propuesta, y he de confesar que en esas distancias cortas, tan cortas… Bueno,
ya me entendéis. Todos nos hemos preguntado en qué miedo nos hemos vuelto
valientes. ¿A que cuesta responder?
Lo
cierto es que no hilo muy fino buscándome una excusa y la única que soy capaz
de conseguir sacarme del bolsillo es que ando un poco tímido, pero a él no le
puedo engañar. Por eso sigue insistiendo. Ahora sé por qué llevamos tantos años
soportándonos.
—¡Venga,
que serán sólo unos minutos! Un par de preguntas.
Y
le veo esa sonrisa, la conozco y sé que no la pasea si no le sale de las
entrañas. Es un farsante esperando recibir el máster de sinvergüenza (si es que
no lo lleva ya escondido bajo la manga), pero es incapaz de mentir con la
mirada brillante.
—Mira
—Señala—, podemos hacerla en esa mesa de la terraza bajo los plataneros. Ya
sabes, tu oficina de verano.
Contemplo
el cielo para ver si me echa una mano, pero cuando luce azul nunca llueve.
Y
enciendo un pitillo. Lo compartimos.
—Tenemos
que dejar de asfaltarnos los pulmones —me dice—, no creo que nadie vaya a
circular por ellos.
Lo
cierto es que fumar en verano y al aire libre carece de embrujo. Tal vez sea
eso lo único que me guste del invierno. Esos tempranos anocheceres que las
horas convierten en madrugadas, y dentro de mi despacho, entre la niebla (no os
molestéis en decirme que suena pretencioso, pero me parece vulgar considerar
que es sólo humo después de lo que me esfuerzo por convertirlo en bocanadas de
imaginación), consigo que la vida me salude una vez ya emancipada de la
realidad. Que los libros que abarrotan hasta la última de las esquinas
conserven todas sus palabras pero lleven mi nombre de autor. Y que esa brújula
que renunció a señalar el Norte tenga razón.
P—Antes has hablado de miedos.
—Empiezan los disparos—. ¿En cuál descubriste tú que te volviste valiente?
R—Todos somos valientes, lo vamos
descubriendo con las pruebas a las que nos somete el camino. La mayoría no
imaginamos ser capaces de enfrentarnos y superar determinadas situaciones hasta
que nos enseñan los dientes. Pero lo conseguimos. Lo terrible es descubrir en
qué miedo te volviste cobarde.
P—¿Intuyo que no has sido capaz de
superar alguno?
R—Sí, uno que se llama soledad. Y no hablo
de esa soledad que todos buscamos en ciertos momentos, esa soledad que en el
fondo es acompañada porque decidimos cerrar una puerta cuando depende de
nosotros volverla a abrir.
»Yo
me refiero a otro tipo de soledad, como la de volver huérfano a casa una noche
y pensar que durante las siguientes, entre las posibilidades, está la de enfrentarte
a un tiempo agotado, condenado a vivir en un recuerdo que ya no tendrá futuro.
Y entonces te das cuenta de la gran cantidad de vida que no podrás recuperar. Si
una vez te regalaron un verdadero amor hay que conservarlo. En eso, lo de las
segundas oportunidades es una estafa.
P—Ahora me viene a la cabeza una frase que leí de Paul Auster:
"Los escritores somos seres heridos. Por eso creamos otra realidad."¿Cuántas
de tus heridas se esconden en las realidades que escribes?
R—Mira, siento por Paul Auster una
admiración que se pelea con la envidia, pero para serte sincero esa frase me
parece una chorrada.
»Unos
más que otros (y siempre hay algún bienaventurado que cayó por aquí con suerte
o con la desgracia de haber nacido descafeinado), pero nadie se va librando de
las cicatrices que supone vivir. Aprendes a andar para dejar de sangrar por las
rodillas o la nariz, y a partir de ahí empiezas a entender que de esta no va a
salir ileso. Luego te vas relacionando con otro tipo de heridas, son las que
peores cicatrices dejan porque no se ven. A veces no sabes qué las produjo ni si
pudiste hacer algo para evitarlas. Pero cuando llegas a descubrir que jamás
podrás desentenderte de ellas estás pagando el peaje de la autopista en el
sentido correcto, ya que quizá tampoco convenga olvidarlas porque con esas
estocadas del pasado vamos aprendiendo a esquivar las que en un paquetito certificado
con nuestro nombre nos tiene reservadas ese señor vestido de cartero que se
llama futuro. Viajar herido es equivalente a vivir, y escribir no te concede esa
exclusiva. Están los que se dedican a crear otras realidades componiendo música,
pintando o buceando en una botella de tinto de verano. También conozco a
quienes insistiendo en fingir frente a los demás terminan convenciéndose ellos
mismos. Cada uno se lame como puede. Y hay una variedad, para mí son gigantes,
son los que se entregan ayudando pese a que sus propias mutilaciones sean
mayores, al dolor ajeno es al único al que le conceden sus lágrimas. A esos sí
que los admiro, yo no pasé de la talla media, la más vulgar.
»Respondiendo
a tu pregunta: Muchas. Y a menudo yo mismo me voy descubriendo, cuando entre
líneas veo espinas que debieron clavarse en su momento y no imaginé que
dejarían tanta huella en la piel. Nuestra naturaleza es sorprendente, grandes
golpes que piensas que te van a acompañar durante toda la vida se disuelven
convirtiéndose en exiguas anécdotas casi perdidas en la memoria, pero hay insignificantes
detalles… jeringuillas de aguja corta que te inocularon un veneno con efecto
retardado. Y un día te encuentras imposibilitado de terminar con un picor que
no recuerdas de dónde ha salido, eso te enseña que las piedras más peligrosas
del camino son las pequeñas, las que despreciaste con un puntapié pero te
juraron venganza.
P—Para terminar…
—¿Otra
pregunta? Al comienzo dijiste que sólo serían un par y ya lo hemos superado.
—¿Seguro?
Luego revisamos el texto.
—Venga,
dispara que tengo que pasear al niño.
—Tú
no tienes niños.
—Vive
en mi cabeza, nunca le dejé marcharse, nadie debería hacerlo. No se trata de
seguir mirando bajo la cama antes de acostarse, lo interesante radica en invitar
al fantasma a salir y animarle a que te cuente historias, suelen saber muchas.
Llevar siempre el Photoshop en la mirada y retocar el mundo para que duela
menos. Sonreír dándole la espalda a ese empeño que tiene la vida en disfrazarse de tan difícil como se nos muestra. Disfrutar de cada momento como si el futuro fuese
algo que puedes dilatar a voluntad, porque si algún día llega es mejor no
obsesionarse, para entonces podrás tener dentadura postiza, y con sólo dejarla
cada noche bajo la almohada ya se encargará el ratoncito Pérez de dejarte una
pasta. Y sobre todo, no permitir que nadie te cuente quienes son los Reyes
Magos. Porque para el niño la ficción es muy manejable y todo consiste en
convertirla en verdad dentro de una gran mentira. Ningún niño se busca para
encontrarse, no se molesta, bastante divertido resulta ya jugar a crearse a uno
mismo.
»Y
ahora revisa tú el texto, que para algo te permito que ocupes mi imaginación.
Cuenta las preguntas y procura no darme la razón. Me preocupa el día en que nos
pongamos de acuerdo.
Oscar da Cunha
31 de julio de 2016
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