Es un lugar de la vida de cuyo nombre nadie
debería olvidarse.
—Padre, vengo a que me absuelva de
todos los pecados de los que no me arrepiento.
Arrodillado ante la celosía del
confesionario no pudo evitar que sus palabras se quebraran, que sus ojos se llenaran
de ira y la venganza oculta continuara apretando sus grilletes con ansiedad.
—Lo siento, has elegido un mal momento
—sonó una voz en el interior—. Yo no soy el cura, soy el pintor y he venido para
barnizar la madera.
—Ni yo soy creyente, padre, soy su
hijo.
Un asombrado individuo en el que
resultaba imposible apreciar el fondo blanco de su buzo de trabajo y por cuyo
colorido amasijo de manchas se pagaría una fortuna en cualquier galería de arte
abrió la puerta y salió del confesionario. Se quitó la gorra y, mesándose las
tres canas que aún conservaba, miró al muchacho que continuaba arrodillado
sobre el reclinatorio.
—No sé que te habrás metido, chaval;
pero esto es la iglesia del pueblo, yo sigo soltero y nunca he tenido hijos.
—¿Y los alivios qué? —preguntó el joven
poniéndose en pie.
—Pues como todos los de por aquí —saltó
encogiéndose de hombros—. Al Gallo Rojo, el que está en la curva de la carretera
con el letrero luminoso. Allí las hembras…
—Me refiero al otro tipo de alivio. ¿Se
acuerda de la Marimar?
—¡Y quién no! —Su rostro se inundó de
nostalgia—. Tenía encandilado a todo el pueblo y no por ser la hija del alcalde.
¡Cómo la recuerdo cuando…
—Usted estaba loco por ella, la miraba
y no sólo la miraba, la desnudaba con la imaginación mientras…, ya me entiende,
¿o con la mano sólo se dedicaba a sacudir los pinceles?
El pintor inauguró una cómplice sonrisa
con la que no consiguió la implicación del muchacho.
—¿Y qué tiene eso de especial? Estaba prendado
de ella y me consta que yo tampoco le resultaba indiferente, pero me faltó la
determinación y después…
—El deseo, padre. Antes y después, siempre
estuvo el deseo.
—¡Yo nunca la toqué!
—No fue necesario; y tiene razón,
padre, usted no le resultaba indiferente. La fuerza del deseo es muy poderosa y
entre ambos la hubo. El deseo quizá sea la energía más intensa del universo,
desarrolla la ilusión hasta traspasar sus confines y es capaz de crear lo más maravilloso
que existe, la vida. Porque el deseo y su resarcimiento forman parte de la
naturaleza humana. Pero el deseo sufre si se ve obligado a sobrevivir aislado
de la voluntad y ante la ausencia de ésta se produce una mutación, un estado aturdido
de la conciencia emocional que conduce a la frustración, y por eso nací yo.
—Todo eso es absurdo, entre la Marimar
y yo jamás pasó nada.
—Porque no se supo manejar el deseo y
se despreció la voluntad.
El joven asió con deferencia los
hombros del pintor y lo sentó en la primera fila de bancos de la iglesia. Él se
dejó hacer y su mirada retrocedido tres décadas.
—¿Qué sabrás tú del deseo? —comenzó,
sacudiéndose un color de su buzo de trabajo—. Sólo hablas de conceptos, de
ideas, filosofía barata. Yo sí sé lo que significa el deseo; cuando las
entrañas se te comprimen al mirar a la persona amada, cuando todo cuanto te
rodea, el trabajo, los amigos, los pequeños placeres cotidianos, quedan
envueltos en la apatía sin su presencia. Cuando la sola mención de su nombre es
al mismo tiempo un bálsamo combinado con el más agrio de los licores. Soñar no
sirve, porque el sueño se convierte en una infinita espiral de pesadilla en
cuyo centro se encuentra la decisión, esa decisión a la que sabes que nunca vas
a llegar. El deseo te atormenta y al mismo tiempo gracias a él logras la única
razón para sonreír; por si te tropiezas con ella o por no hacerlo, por si
camina sola o por si va acompañada, por si esta vez vas a dar el primer paso o
esperarás a la próxima ocasión; y cuando te das cuenta de que la oportunidad
adecuada siempre va a ser la siguiente o la que continuará a esa siguiente,
entonces sabes que nunca llegará. Pero el deseo no desaparece y se convierte en
obsesión, y la obsesión puede conducir a la locura. Los años empezaron a pasar,
estériles entre nosotros, temí que otro se la llevara y por eso la maté.
Se llevó las manos a la cara para
intentar ocultar una desesperación que atravesaba la piel y los huesos; aún
así, en el barniz que cubría sus dorsos, volvió a aparecer. Una desesperación
que iba más allá de la carne y del paso del tiempo.
—No sufra, padre. Usted no la mató,
sólo fue mi herramienta para cortar los latiguillos de los frenos del coche con
el que le robé la vida en la curva del Gallo Rojo. Yo soy el verdadero asesino,
pero el alcalde siempre sospechó de usted, también me encargué de eso. Y a su
próspera empresa de pinturas, la mayor de toda la región, cada mes le fueron
cancelando más contratas, nunca sale gratis desear y serlo a la vez por la hija
de un alcalde bien relacionado y no tener voluntad, huele a desprecio y
venganza. Pero con usted he sido más clemente, la frustración necesita por lo
menos un progenitor para sobrevivir; por eso le he convertido a usted, padre,
en lo que es ahora, un borracho amargado al que justo le encargan alguna
chapuza capaz de pagar el vino barato con el que intenta olvidar el pasado, ese
pasado tornasolado por el deseo.
—¿Y por qué buscas mi perdón si ahora tampoco
te arrepientes de lo que has conseguido?
—Porque la frustración tiene fecha de
caducidad y yo quiero permanecer, y tal como nace, se alimenta del deseo, por
eso no quiero que usted olvide. Porque perdonar cicatriza las heridas y ayuda a
asumir las limitaciones que nos convirtieron a cada uno en lo que somos. Ya ha
sufrido bastante, padre, perdonarme será para usted la esencia de la aceptación
con la que renunciará al abandono del deseo, sólo pretendo desahogarle de su
culpa y mantenernos juntos en el recuerdo de lo que pudo ser, en un nítido
deseo.
—¡Jamás te perdonaré! —gritó el
pintor—. De la misma manera que yo también soy incapaz de absolverme por lo que
hice. Tú destruiste mis más puros sentimientos, tú me empujaste a cometer el
más repugnante de los delitos, el homicidio del ser amado. Alimentaste mi indecisión,
convirtiendo lo que pudo ser en devastación y de ella vives. ¡Morirás conmigo!
Sonrió al traspasar la puerta de la
iglesia, cuando acababa de dejar a padre preparando en torno a su cuello la
cuerda con la que había decidido ahorcarse.
La frustración no se conforma con la
obsesión ni la locura, es como el veneno de la serpiente que también se
alimenta de la venganza y se aprovecha de la traición a los propios deseos, ese
engaño que consigue convertir al individuo en un ser autodestructivo. La
traición subsiste eternizada con la muerte y por eso la busca, como el mal siempre
acecha al más débil.
El deseo es la sublimación del sentimiento,
y como tal sólo se relaciona con la vida.
* Imagen: alto-relieve “Le Désir” – Aristide
Maillol (Musée d´Orsay – París)
* Música: “Le Désir” – Christian Saint
Preux
Oscar
da Cunha
4
de abril de 2015
Hay un lugar en las redes sociales donde el deseo existe...el de que en ellas compartas tus "veleidades". No obstante,respeto tu voluntad.Abrazos
ResponderEliminarYa sabes que no me gusta abusar de pisar terreno ajeno, pero si este te ha gustado irá para allí. Un abrazo, bruja blanca.
ResponderEliminarMuy intenso oscar lo leeré con más tiempo un abrazo
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