No
siempre ocurren estas cosas, o quizá sí, pero no queremos enterarnos.
No siempre las vemos porque, a menudo,
sólo tenemos la mirada dispuesta para aquello que sabemos que no nos va a
turbar. Pero yo lo vi. Estaba en el suelo, junto a una papelera que tal vez
tuviese un letrero de: “Reservado el derecho de admisión”.
Era un sobre blanco, pequeño, vulgar.
Lo cogí, al leer el destinatario indicado en el sobre, me sentí aludido y no
pude evitar abrirlo sin saber la conmoción que me esperaba dentro.
“Para un desconocido”
Mi
nombre no importa. Tampoco sé si alguna vez tuve uno, ninguno lo utilizó. Nunca
he sido alguien interesante, necesario ni irremplazable. Nadie lo es. El mundo
seguirá girando en mi ausencia como viene haciéndolo desde el principio de los
tiempos, y de mí, como de la mayoría de los que pasamos por esta vida, se
olvidarán hasta los que fingieron conocerme. Si alguna vez amé nunca fui capaz
de demostrarlo, si alguna vez me amaron tampoco me enseñaron que hasta en las
flores marchitas hay belleza.
No
oí ninguna voz que me confortara mientras mis pies se agostaban con las brasas del
camino que el destino, traidor, me reservó siempre ardientes. Mil horizontes
perseguí y en ninguno jamás hubo luz, y todo cuanto fui dejando atrás
desapareció en la oscuridad que, sin tregua, no dejó de acosarme.
Me robaron la infancia durante todas las noches en las que me
impidieron soñar entretanto vigilaba que nadie traspasara la puerta de al lado
sin olvidar sus monedas. Fui creciendo mientras huía de los otros, quienes
pretendían quitarme aquello que, sin ser mío, me era obligado llevar a una mesa
que esperaba con un plato eternamente vacío. Y me forzaron a hacerme hombre en
las esquinas de invierno, entre sonrisas sin dentadura, cuando las farolas no aproximaban
ninguna sombra con sombrero.
Aprendí contando el dinero que siempre faltó y, por primera
vez, escribí unas torpes palabras para comprometerme a renegar del filo de
acero que me enseñó que, a veces, hay más libertad tras unas barras de hierro. Me
hice amigo del cartón, sin confesarle que fue el alcohol quien me conservó la
vida aquella noche de hielo en la que aquél perro sin nombre, el que me
acompañó mientras el tiempo continuaba, se durmió congelado a mis pies. En él
vi la última sonrisa, esa que permanece eterna cuando la muerte es una caricia.
No conozco mi edad, no la necesito para decidir que ya no
quiero más años, de nada sirven cuando has comprobado que éstos nunca te
permitirán conocer más vida. Aún así debo ser agradecido por no haber nacido
gato y haber tenido que soportar siete martirios.
Tú que estás leyendo esta carta, tú que no me conoces porque
nadie lo hizo; no busques en las esquinas, no levantes cartones porque no me
encontrarás, porque no quiero que nadie me encuentre. Y, aunque alguna vez tuve
una mirada que también lloró, ya sólo soy ceniza, ceniza en la que algún día, del
mismo modo tú, como todos, te convertirás.
No lo olvides.
Y he decidido no olvidarlo.
No quiero guardar la carta porque él ya
es ceniza, y como tal pretendo que permanezca en mi memoria.
Mientras la he quemado, ha ardido con
fuego negro, igual que siempre fue su horizonte.
He recogido las cenizas y las he
guardado, repartidas, entre las hojas de un libro, cuyo título desde ahora,
para mí, será su nombre.
Oscar
da Cunha
17
de junio de 2014
¡Bravo hermano!, hermoso homenaje a los "sin techo", a cualquiera de ellos, a todos... ¡Un muy fuerte abrazo!
ResponderEliminarLos sin techo, sin nombre, sin cara… esa legión cada día más numerosa de anónimos que esta sociedad está marginando.
EliminarAbrazos, hermano.
Muy buen homenaje. Enhoarbuena
ResponderEliminarMuchas gracias por pasarte, Manuel. Tu visita siempre es bienvenida. Abrazos.
EliminarQue bonito Oscar... todos tenemos derecho a un recuerdo y los sin techos no son menos. Un abrazo!!
ResponderEliminar¡Dios mío,OSCAR ! ...es un decir,porque si no hay dios para los sin techo,tampoco para mí.A lo que iba ¡me has hecho llorar! he reconocido en tus palabras a mis compañeros de veraneo charro en 2014.Sobre todo ,a esa Estrella que desde marzo sólo es ceniza y que esta noche,cuando mi escoba y yo descansamos tras un hermoso viaje nocturno por la Serranía de Cuenca,siento tan cerca de mí.Gracias,OSCAR.En nombre de Estrella y en el de todos aquellos a quienes les robaron la vida,que es mucho más y mejor que subsistir.
ResponderEliminarEste relato es una reflexión de la vida, de nuestra vida esa que hace o hacemos que seamos alguien o no. Todos somos alguien y todos somos importantes aunque sea en un momento muy pequeñito para algo, de eso estoy segura, pero no todos podemos elegir como queremos vivir nuestra vida ,las situaciones, el entorno, las personas o nosotros mismos nos condicionan en este viaje. Este homenaje nos sirve para recordar a todas esas personas que viajaron en segunda o ni siquira viajaron y vieron pasar los trenes desde el andén. Gracias Oscar por tan emotivo relato.
ResponderEliminar