Quienes me
conocéis, mis cuatro amigos, ya sabéis de mis extrañas costumbres. Una de
ellas… no consigo conciliar el sueño sin antes pasear, recorriendo entre recogimiento
y silencio, el camino que conduce a mi casa; es un camino tranquilo, despoblado
y solitario en el que me gusta acompañarme del brillo de las estrellas y
meditar con mi sombra que, gracias a la luz de la luna, suele ser mi única
compañera. Pero… este clima Cantábrico, ya pasado el verano, acostumbra a apagar
el cielo con ese manto de brumas y nubes que tiene la rutina de acercarse desde
el mar.
La otra noche no
fue sino una más de las que, en plena oscuridad, me vi obligado a medir cada
uno de mis pasos. La tormenta que se avecinaba y la ausencia de farolas —una de
las ventajas de vivir en tierra de nadie—, consiguieron que mi única compañera
fuese Morgana, esa lechuza —a menudo dudo de que sea la misma— que me ronda
cuando las agujas del reloj ya han agotado su paseo por la esfera del reloj de
la iglesia de abajo, y entonces las vi bailando a mi alrededor.
Eran dos. Sí, dos.
¡Que estupidez! No se pueden tener dos sombras cuando ni siquiera hay luz
suficiente para conseguir una. Bailaban a mi alrededor, no en torno a mí, sino a
mi alrededor; parece lo mismo pero… si lo hubieseis visto, lo comprenderíais,
es uno de esos pequeños matices que no resultan fáciles de explicar con
palabras. Como la serenidad de un instante o la fragilidad de un éxtasis, cada
uno tiene la oportunidad de disfrutarlo en su intimidad y… sacarlo fuera, compartirlo…
quizá ni sea conveniente.
Pasada la
medianoche y aún fumando —lo que venden en los estancos, que enseguida os da
por pensar de más—. Oscarín, o te agarras los machos o sales corriendo; las
tienes largas —hablo de las agallas— y esta es la ocasión.
Pregunté.
—No sólo el cuerpo
tiene sombra —me contestó una.
—Del alma también
hay contorno —le acompañó la otra.
—¡Ya estamos! —me
dije—. Esta es nueva, yo siempre buscando mi alma y ahora me sale doble, tengo
que dejar de leer: “Fumar perjudica
gravemente su salud”. Si lo pone en todas las cajetillas…
—Mira bien
—saltaron al unísono—. ¡No! ¡Mejor mira dentro!
—¿De las
cajetillas? —pregunté.
—¡De ti! —me
contestaron.
Miré.
—¿Aún no nos
reconoces? ¿Todavía sigues sin valorar lo que conservas? —Fue un eco que sonó
dentro de mi cabeza, ya sabéis, como cuando piensas y te da por estar en Babia.
—Yo soy la sombra
de tus sueños —dijo una.
—Y yo la de tus
ilusiones —le sonrió la otra—. Pese a la oscuridad seguimos contigo, nunca te
hemos abandonado. Eres un tipo con suerte. Pero… no nos desestimes, tal vez
algún día nos aburramos de ti.
Miré. Esta vez
hacia afuera. Aún con la tormenta encima se me aparecieron todas las estrellas
del cielo y la luna en creciente. Dentro de mi cabeza comenzó a sonar una
melodía y al volver hacia casa me di cuenta de que éramos tres.
Que la fortuna me
conserve mis sombras. Lo demás… me sobra.
©Oscar da Cunha
15 de Noviembre de 2013
Eran las 3h55 de la madrugada, y no podía dormir. Este insomnio-estrés no va a acabar conmigo, me dije, así que me cogí "La lista de mis deseos" hasta acabarlo. ¡Precioso! Pero, antes de intentar volver a conciliar el sueño, me pasé por el "Boulevard de los sueños en construcción" que es este invento y encontré en tu relato mi epílogo particular (¡Fantástico, Oscar!) a la lectura recién terminada. Ahora, con los deberes hechos, aspiro a poder decansar un poco físicamente. El otro descanso, el espiritual de este momento, me lo habéis obsequiado entre Grégoire y tú. Aunque en mi caso particular, de lo demás, no todo sobra...
ResponderEliminarOscar, y las sombras que no nos abandonen por mucho tiempo, eso será buena señal. Genial como siempre, un abrazo amigo.
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