Fue en el paseo
del río, mientras yo disfrutaba de la fogosidad de mi cachorro, cuando los
volví a ver. Los cuatro amigos que me leéis habitualmente ya conocéis mi oficio
de voyeur, siempre he considerado que la vida está llena de pequeñas esquinas
que habitualmente se nos escapan pero, poniéndoles un algo de interés, son
capaces de enriquecernos más que las grandes noticias que no están fabricadas
más que para distraer a las masas. Y perdónenme aquellos que se sientan
aludidos, pero el pan y circo se inventó hace muchos siglos, como el fuego, o
como el oficio más viejo del mundo, que no es el que estáis pensando,
tarambanas, sino aquél en el que el más fuerte se aprovecha del esfuerzo del
más débil. En esto no hemos evolucionado, todavía somos una especie joven y si,
pese a los muchos intentos, nuestra capacidad de autodestruirnos sigue
fallando, quizás algún día consigamos alcanzar ciertas metas de felicidad tan
sólo intercambiando impresiones y emociones con nuestros semejantes.
Decía que los suelo
ver en el paseo del río, a los dos, no sería capaz de distinguir quién es más
anciano, si el hombre o el perro, ambos están ya jubilados de sus tareas y,
como buenos camaradas, el uno respeta el descanso del otro, alternativamente.
Cuando al humano le pesan sus zapatos se sienta en uno de los bancos con el
chucho debajo; y viceversa, cuando el animal se detiene para recuperar el
aliento, el abuelo —todos son abuelos a esas edades— se espera comprensivo,
apoyado en su bastón. De vez en cuando
intercambian alguna mirada, como esperando ver quién cede primero y da la orden
de volver a casa para poner fin a esa tortura diaria que consigue mantener la
sangre circulando por sus venas.
—Se le ve muy
viejito —le comenté al anciano—. ¿Qué años tiene?
—Los mismos que
yo, más o menos —me contestó—. Ambos estamos ya en ese punto en el que no
importa lo vivido, porque la memoria falla y menos aún lo por vivir, porque ya
no pertenecemos a este mundo que a ninguno de los dos nos interesa entender.
Esa última frase
me empujo a reflexionar —acto que cada vez procuro evitar más a menudo— en la
ironía que encierra nuestra vida, cuanto más has caminado, cuantas más
experiencias tienes para compartir, a menos gente le interesan y no es inusual
que a muchos ancianos haya que sacarles su historia con sacacorchos. Su pasado
pertenece a una irrealidad que se quedó atrapada bajo los tilos donde bailaban
los sábados durante las tardes de verano, y en los matasellos de las cartas con
las que se declaraban unos sentimientos que no desaparecían entre la trivialidad
de la telefonía móvil.
Aproveché unos de
sus descansos para acompañarlos en un banco e iniciamos una conversación que me
niego a transcribir, a nadie le interesa ya leer sobre nada que no aparezca en
la televisión.
—El mío también
fue joven —dijo con nostalgia mirando las mil correrías de mi cachorro—. Ahora,
cada noche nos abrazamos en la cama, con la esperanza de ver amanecer juntos o
de no volvernos despertar, a ninguno nos interesa un minuto de esta vida sin el
otro. Yo creo en Dios —me lanzó con solemnidad—, y él también —señaló mientras
acariciaba a su compañero—, a ambos nos consuela saber que Él nunca nos
separará.
Con la primera
ráfaga de viento fresco que anunciaba el declive del día se pusieron en pie y,
mientras lentamente se alejaban el uno junto al otro, me di cuenta de lo
hermosa que es la amistad, aunque para algunos se llame fe.
©Oscar da Cunha
2 de Noviembre de 2013
(Día de los fieles difuntos)
¡Qué ternura, Oscar ! una vez más me has hecho asemejarme a la Magdalena.Por su sonrisa...y alguna lágrima.Gracias,amigo,por compartir.tanta humanidad en un mundo donde el oficio más antiguo no es sino aquél en el que el más fuerte se aprovecha del esfuerzo del más débil.
ResponderEliminarConmovedor tu texto, Oscar, una vez más nos sorprendes y nos emocionas. Cada día escribes mejor, enhorabuena.
ResponderEliminar¡Qué lúcidos y serenos el anciano y su perro apurando el último sorbo de la vida un poco como en sueños...!
ResponderEliminarMe llamó la atención esa observación tuya de que el pasado pertenece a "la irrealidad" ¡Qué cierto!
Cuando echo la memoria hacia atrás y rememoro ciertos momentos que fueron tan profunda y absolutamente reales, me parece ahora que los invento tan difusos los veo.
Al final nos va quedando el abrazo y la mirada y ojalá un amigo viejo que camine a nuestro lado...¿Verdad, Oscar?