Desde la loma en que se encuentra mi casa
levanté mi brazo en señal de despedida. Las dos últimas horas en su compañía,
lo confieso, lo pasé mal aunque hice todo lo posible por disimularlo. Siempre
he mantenido mi imagen de tipo duro, y a ciertas edades ya no se está por
cambiar de armadura. A pesar del sol de julio se me humedecieron los ojos, hemos
pasado una semana juntos, y al final me ha terminado cayendo bien el chaval.
Él llegó con el propósito de aprender un poco
de las viejas tretas que utilizo diariamente para sobrevivir en mis cacerías en
la tierra media. Le he hablado, largo, de mis batallas con los uruk-hai, juntos
hemos vuelto al refugio con la cabeza de más de un orco colgada de nuestro
cinturón, y le he desvelado el secreto del espejo, donde se encuentra nuestro
peor enemigo.
Todavía va a necesitar acumular muchas
cicatrices hasta convertirse en cazador, algunas le dejarán huella para toda la
vida, pero ha demostrado no tener miedo.
Llegó lleno de inquietudes, y ahora le veo
marchar con la mochila cargada de ilusión, la va a necesitar, y mucha; en este
horizonte que nos están preparando no se ven más que nubes, y solo la utopía de
vivir con dignidad nos puede ayudar a que nuestro mundo no sucumba en la
tiniebla.
Ya se va, y en una semana creo que he
conseguido el objetivo de esta primera instrucción: prepararle para soñar. Pero
también necesito agradecerle las horas compartidas, en él he vuelto a encontrar
mis propios pasos de aprendiz, mis primeras anotaciones en esa hoja de ruta que
una y mil veces tendrá que cambiar. Y quizás ahora, gracias a él, soy
consciente de que mi camino recorrido hasta la fecha ha merecido la pena; he
comprendido que ya soy capaz de enseñar, puedo conseguir transformar un
espejismo en la ruta hacia el oasis. Por fin me he convertido en la serpiente
que siempre ambicioné ser, competente para inocular el veneno que endurece la
sangre de todo navegante.
Se lleva la carpeta cargada de proyectos, y
mi esperanza de vérselos cumplir. Él se siente capaz de afrontar la travesía, y
yo sé que una vez que su barco zarpe no podrá dejar de navegar, espero
encontrármelo en muchos puertos y compartir las típicas hazañas de taberna que,
como buenos marineros, siempre serán exageradas.
¡Buena suerte camarada! Recuerda la historias
que te he contado y hazlas tuyas algún día, como suyas las hicieron los que a
mi me las contaron. Y nunca olvides que ninguno nacimos aprendido, a todos nos tuvieron
que dar el primer empujón, y por tu actitud sé que tú no romperás la cadena.
Oscar
da Cunha
21
de julio de 2012
En esa rueda de aprendizaje y enseñanza giramos todos. Desde el inicio al fin. Afortunadamente creo. Buena suerte a los camaradas de tu cuento. Un saludo
ResponderEliminarMaravillosa rueda la del intercambio de la experiencia. A mi me llegó y yo tan sólo intento hacer que siga girando. Esperemos que a todos la suerte nos acompañe en estos tiempos oscuros.
ResponderEliminarUn Abrazo Antonio.