Se supone que
lo extraño siempre pasa a medianoche. Quizá por eso sea la hora elegida por el
tiempo para incluir ese umbral en el que se debe dejar atrás un día, un mes, un
año… aunque a veces lo más extraño sólo sea despedirse de ese caprichoso segundo
anterior que ha contenido una vida. En la medianoche está ese temerario instante
que decide si se podrá dormir o se habrá uno condenado a aprovechar que nadie
molesta para intimar con la puerta del frigorífico.
Paso la página 247 del libro
mientras mi perro ronca a mi lado. El reloj de la mesilla marca las cero y
pico, y la lámpara amenaza con uno más de sus gratuitos parpadeos pero sin rematar.
Otra medianoche superada, le confirmo al inspector Anderson, que es el
protagonista de la novela y ya tenemos confianza. Levanta la cabeza, mi perro,
como si alguien hubiera pulsado el interruptor de que es la hora de asustarse.
Se pone en pie, sobre la cama, y recorre la habitación con un por dónde se
asoma hoy el miedo en su mirada. No tarda en verlo justo en la esquina de
siempre, en la que para mí sólo hay un cuadro cruel porque el amanecer nunca llega
a consumarse, y me mira desconcertado, decepcionado ante mi ceguera, y asustado
porque percibe que no cuenta con mi ayuda. Ese miedo no lo compartimos. Le pido
permiso a Anderson y me esfuerzo, como cada noche, en tranquilizar a mi
compañero que no entiende por qué ese motín de la realidad me respeta; o tal
vez me desprecie y por eso yo sea incapaz de recibir esas interferencias en el
canal visible. Se revuelve incómodo, con los pelos del cogote apuntados hacia
el miedo, y con el rabo empujándole el culo huye escaleras abajo.
Al otro lado de la ventana hay ruido
de gatos, los de la camorra deben de estar afianzando el territorio. Ellos son
los protagonistas del mundo mientras nos perdemos en esos simulacros de la
realidad que llamamos sueños. No lo sé, me pregunto si alguna de sus cosas será
la propina que le falta a este enredo en el que vivimos, y acaso todo sea tan
sencillo como el ruido de gatos que suena pero en una emisora que no acertamos
a sintonizar. Lo demás tal vez no suceda más que en la imaginación.
Hay quien dice que en la cabeza se
generan diez pensamientos detrás de cada uno de los que somos conscientes. Y yo
me repito con una sonrisa que ese es el único fenómeno extraño que consigo
admitir. Y como una noche más, cojo la silla a tiempo, al vuelo y antes de que
me destroce la lámpara del techo, y con el martillo vuelvo a clavarla en el
suelo.
Oscar da Cunha
15 de diciembre
de 2018
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