La
realidad no es más que esa cosa tan extraña que nos desconcierta.
Irregularidades de la vida que nos negamos a aceptar porque tienen el capricho
de saltarse el guión razonable con el que todo sale de fábrica. Ese resultado
de la cadena de montaje en el que hemos sido incluidos y con el que nos
conformamos, incluso nos pegamos la chulería de criticar a cuantos en vez de presentarse
con la sobrevalorada pintura metalizada se pasean por la calle a rayas.
¡Porque
chirrían!
Y
no seamos hipócritas, aquello para lo que no somos capaces de clasificar en cada
cajón etiquetado con el letrerito que ya viene en catálogo, molesta. Como todo
cuanto se salta las barreras de la racionalidad. Pero la verdadera racionalidad
nunca ha tenido barreras, y eso nos coloca, si hacemos el esfuerzo de pensarlo,
en una incómoda posición que no tiene otro nombre que el de gilipollas.
Si
lo trasladamos al mundo de la literatura (que es esa cosa llena palabras que se
escriben para ser leídas, y siendo optimistas, reflexionar), nos encontramos, como
lectores, con argumentos en el que al escritor se la ha ido la olla.
¡Chirría, joder!
Cualquiera
que se lance a esa aventura de escribir, sin pasar antes por la tele y si tiene
la suerte de que algún editor lea sus primeras páginas, corre el riesgo de
recibir una amable carta en la que es invitado a corregir numerosos párrafos,
cuando no a modificar toda la obra. Alterar la realidad porque la que él ha
descrito no es coherente. ¡Chirría, colega!
¿A
quién se le ocurriría escribir una idiotez como la de Suika, un gato desparecido
en el tsunami que asoló Japón en marzo de 2011, y que consiguió reencontrarse
con sus amos tres años después? ¡Bórramelo, por favor, porque chirría, como un
violín en manos de un orangután! Pero es verdad aunque nadie sea capaz de
contar su odisea. ¿Cómo mantuvo la esperanza de reunirse con su familia?
Insisto: ¡Chirría, camarada!
Pero
la realidad es Suika.
¿Y
qué me decís si alguien os contara esa otra sandez, la historia de Janice Keihanaikukauakahihuliheekahaunaele?
Una hawaiana que consiguió modificar el formato de los documentos de
identificación y licencias de conducir hawaianos para que su verdadero nombre pudiera
encontrar hueco en los papelitos oficiales.
Lo siento, amigo. ¡Chirría! ¡Me
lo borras ya!
Pero
la realidad es Janice Keihanaikukauakahihuliheekahaunaele.
Lo
de Timur no se lo pasarían ni al propio Joseph
Rudyard Kipling, que escribió El libro de la selva. Timur es una cabra más de
las que sirven como postre a los tigres siberianos en
el Primorsky Safari Park de Rusia, y que gracias a su valentía
terminó desarrollando una cercana amistad con el gran felino hasta convertirse
en inseparables. ¡Anda no me jodas, eso sí que chirría!
Pero
la realidad se llama Timur.
Y
ahora va un listo y se le ocurre novelar el accidente de Alcides Moreno, un
inmigrante ecuatoriano que trabaja de limpiacristales, y de cómo
sobrevivió a una caída desde un piso 47 en Nueva York, cuando la probabilidad
de continuar respirando en este mundo de majaderos tras un accidente de
solamente tres pisos es del 50%.
¡Esto ni te lo publico, chirría
hasta el título, socio!
Pero
la realidad se llama Alcides Moreno.
Porque
la verdad, esa cosa absurda que nunca estamos dispuestos a consentir, está
llena de Alcides, Timur, Janice…
Ellos
se encuentran entre lo que yo llamo los "Suika" de la vida. Esos
chirridos (me los rectifícas, colega) que no tienen ninguna lógica.
¿Pero
qué sentido tendría el mundo sin muchos como ellos?
Oscar da Cunha
Día de San Juan 2016
* Suika:
* Janice Keihanaikukauakahihuliheekahaunaele:
* Timur:
* Alcides Moreno:
Fijate viviendo en Miami no he sentido lo que escribiste
ResponderEliminarMi tierra la Argentina ...jajaj!! solo de ella me queda el acento
Ellos se encuentran entre lo que yo llamo los "Suika" de la vida.
Me asombra y deleita como escribes