Te llamas Sara
y no recuerdas cuantos años hace que cumpliste los cuarenta, porque hace años
que a nadie le interesa celebrarlo contigo. Tienes marido y un hijo con más de
trece que ya has decidido dejar abandonados. ¡Ah, se te olvidaba! También hay
un perro en la familia, un perro que tú nunca quisiste tener y lo sabe, y debe
de ser el único sincero porque siempre te da la espalda con manifiesto desprecio.
Pero a ese también has decidido abandonarlo. Aunque… un momento, no aceptes
ninguna condena antes de exponer tus circunstancias, ¿quién no tiene derecho a
un juicio justo?
Llevas ya
varios intentos que nunca han sido definitivos porque te ha faltado el valor
necesario para subirte a ese tren. ¿Recuerdas el último?, estuviste dos días
fuera de casa, y al volver, pero… ¿quién se enteró de que te habías ido?
Tu marido —se
llama… ¡no, mejor olvidar su nombre! ¿Cuándo empezó él a olvidar el tuyo
sustituyéndolo por un vulgar oye tú?—, seguía delante de la tele pendiente del
penalti. Pero no hay partidos que duren dos días, por eso insistió en que os
abonarais —abonaras, ¿recuerdas quién lo paga?— al cable. Ese cable por el que
sólo entran escenas de posturas que él ya ha olvidado que tú las hacías mejor,
hasta que te llamó puta porque nunca ha sido capaz de entender que al amor lo
acompaña el deseo y éste espolea la imaginación.
¿Y tu hijo?
—llamémosle Bor, ya que él no se molesta en pasar del Ma—, a ese monstruo
todavía no se le habían acabado los últimos cien euros que te sopló de la
cartera, por eso no te echó en falta. ¿Te ha sustituido por una cartera que tú
olvidas siempre en el mismo sitio y con la misma dosis? Pero lo sabes y tus
lágrimas ya no se mezclan con la tinta de los billetes. ¡No te rías! Al fin y
al cabo eres tú la que compra esas latas de cerveza —¡qué se joda! Pa, está en
el frigorífico—, y ninguno de los dos se molesta en contar cuántas desaparecen
cada día. ¡Que nunca se acaben!, es tu manera de prorrogar “su relación” hasta
el infinito.
Perro —¿tenía
nombre?— estornudó cuando volviste, no es tu perfume el que le disgusta, es cómo
huele sobre tu piel. No le culpes, no está acostumbrado a esa mezcla que
produce la colonia barata —¿quién escondió aquel pasado en el que te perfumabas
de marca?— intentando enmascarar el olor de las largas horas de trabajo. Porque
a trabajo, a esfuerzo, en esa casa sólo hueles tú. ¿Y sabes? ¡Molestas! Perro
se crió cuando el olor de la indolencia ya era estable, llegó justo después de
cuando se mantenía en desesperante y se trasformó en dejar de doler. Una boca
más para alimentar, ¿importa? ¡No! ¿Sólo molesta el tercer par de ojos para
ignorarte? Sé sincera, se te está juzgando, y este es el momento en que debes
confesar que ya no encontrarías tu sitio en esa casa si dejaras de ser
transparente.
¿Cuándo te
convertiste en el sueldo de fin de mes y dos pagas extra? Olvidaste que un
capitán tiene la obligación de hundirse con su barco. Porque hubo un tiempo…
—¿lo hubo?—, mejor negarlo porque no duró y fue sustituido por el otro, no el
de ahora, este es el peor porque el espejo sólo conserva ojeras para ti.
¿Recuerdas el intermedio? Resultó doloroso ver cómo la familia se hundía, pero
una familia que naufraga unida sigue siendo una familia. Y tú decidiste perder
el rumbo —¿traes el dinero a casa practicando esas posturas?—, mientras él
comenzó a alimentar su frustración justificando que a su edad… —¿quién dijo que
exista una edad para someterse?—… A cualquier edad los prefieren más jóvenes si
uno se ha resignado a que el despertador sólo suene para “el otro”.
¿Hasta cuándo
vas a seguir así, Sara? ¡Oh, lo habías olvidado! Todavía no te ha pegado —queda
algo de margen pero llegará, lo sabes, ¿estás preparada?—. La primera hostia
será la que más duela, las siguientes aprenderás a curarlas con maquillaje —habrá
que prever un nuevo gasto en casa, más horas criando almorranas en la caja del
supermercado—. ¿Y ese orco que estáis —Pa, lo está— malcriando? No tardará en apreciar
el “buen ejemplo” en el proceder de su
padre —¿pero lo es? ¿Con quién aprendiste esas posturas?—, y esos serán los
golpes más dolorosos porque él no estuvo sólo a ratos dentro de ti, compartió tu
cuerpo durante nueve meses hasta que empezaste a limpiarle el culo. Pero eso
ambos lo habrán olvidado, ellos nacen convencidos de que la naturaleza ha
puesto la mierda en este mundo para entretener a la mujer.
Y el abandono
definitivo habrá llegado, lo sabrás porque esa vez no habrás preparado maleta y
cualquier cosa que puedas meter te recordará que una vez soñaste con compartir
una vida, pero compartir implica mucho —¿recuerdas cuando se borró mucho de su
diccionario?—. Cerrarás la puerta sin importarte el ruido porque sabrás que a
nadie le importará cuándo atravieses esa puerta, y dejarás atrás una historia
que comenzó en mil novecientos noventa y te-jodieron-la-vida. Bajarás las
escaleras y dejarás las llaves en un buzón que sólo habrías tú para hacerte
cargo de las facturas por servicios que no tenías tiempo de utilizar. Saldrás a
la calle y mirarás hacia la luna mientras, descalza y desnuda como te
condenaron a este mundo por primera vez, caminarás intentando secar tus
lágrimas por esa vereda de culpabilidad de la que jamás conseguirás escaparte. Porque te llamas Sara, y ese es nombre de mujer.
Oscar da Cunha
14 de junio de 2015
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