Quizás llegue un día en el que sea
capaz de retratar con palabras todo el sufrimiento que nos rodea. En el que mis
lágrimas traspasen la pantalla o el papel y caigan en vuestras manos. Un día en
el que el hambre, la marginación, el maltrato, la violencia, la injusticia, la
desesperación o cualquiera de las desgracias que diariamente conviven a escasos
meridianos de nuestras cómodas vidas sea capaz de hacéroslas sentir con tan
sólo unas breves líneas. A partir de ese día, si llega, podréis llamarme
escritor. De momento, no me siento más que un aprendiz de alquimista, un
aspirante a transformar en vulgares palabras aquello que, como voyeur irredento, descubro a
mi alrededor; a veces en el mundo real, y otras, con esa imaginación que me
delata, que me libera permitiéndome compartir con vosotros fugaces esquinas de
un mundo en donde me gustaría convertir lo imposible tan sólo en contingente.
Las navidades, fiestas o como leches
prefiráis llamarlas ya se han terminado. Se acabaron las felicitaciones, los
buenos deseos, esos abrazos —incluso en ocasiones auténticos— con los que la
mayoría nos permitimos reconfortarnos a nosotros mismos cada vez que nos vamos
a la cama, convencidos de que la alegría que acabamos de proporcionar ha
conseguido resultar convincente. ¿Pero qué importa? Las navidades son cuatro
días y nos queda el resto del año para seguir con nuestras hogueras encendidas,
de orgullos, envidias, avaricias, odios y desprecios, olvidos y caparazones en
los que nos encerramos, ya no únicamente para protegernos de los desastres que
nos negamos a ver sino de los que aún viéndolos nos convierten en invulnerables
porque sabemos que pertenecen a un entorno que por distante lo creemos ajeno.
¡Vale, se acabaron las lucecitas de
colores y cada mochuelo a su olivo! Los reyes se vuelven para Oriente —aunque
ese Oriente, el real, está lleno de familias rotas que necesitan bastante más
magia que la que durante una noche los magos nos han procurado—. Y a la
estrella que luce en todos los belenes le apagamos los kilowatios porque a ver
quién paga la factura de la luz con las cáscaras de langostinos que nos han
quedado en la visa.
Aunque… no sabría definir lo que sucede
pero algo está cambiando, o nos está cambiando. Yo, este año he visto menos
sonrisas vanidosas, de hecho he visto menos sonrisas pero más miradas
cómplices. No he visto lágrimas fingidas porque no he visto lágrimas, sino ojos
queriéndose llenar de esperanza. Ha habido abrazos de los que me ha costado
deshacerme, y despedidas que no lo han sido porque esta vez sí, esta vez hemos
intercambiado las llaves de las casas en las que estamos dispuestos a seguir
compartiendo durante el año lo que cada uno sea capaz de poner sobre la mesa.
Y ahora que parece que todo ha acabado
no consigo abandonar la sensación de que no ha hecho más que empezar. 2015 ha
sido declarado como año internacional de la luz, a primera vista me parece una
tontería, como pudiera ser el día mundial del soltero, el día internacional de
Internet o el día mundial de la cosmonáutica. Acaso, una mayoría, esa mayoría a
la que siempre nos toca buscarle nuevos agujeros al cinturón, estemos despertando
del sueño artificioso al que unos cuantos, esos que siempre han dominado el
mundo, nos indujeron.
Quizá, y pese a esos pocos, estemos
aprendiendo a mirarnos a la cara como humanos y hermanos que somos. Tal vez, aunque
esos pretendan que todo siga igual para continuar engordando sus bolsillos,
algo se esté moviendo, y aunque tengamos que decírnoslo al oído, esta vez estoy
convencido: “Eppur si muove”.
Oscar
da Cunha
8 de enero de 2014
Escribir: tratar de retener algo meticulosamente, de conseguir que algo sobreviva; arrancar unas migajas precisas al vacío que se excava continuamente, dejar en alguna parte un surco, un rastro, una marca o algunos signos.[Georges Perec]
ResponderEliminarUn beso, Oscar!!