Hay días en los
que la suerte no está de mi parte, mi agenda me ha obligado a comer en un bar
con televisión. Hay días en los que el reloj también juega en el bando
contrario, me ha tocado un informativo. Hay días en los que pierdes en el juego
de las cuatro esquinas y el único asiento libre me ha enfrentado a la pantalla.
Una pantalla sin voz que ha comenzado a agredirme con sus imágenes.
Políticos, como
los de siempre, como en aquellos tiempos en los que yo aún veía los noticiarios.
Otras caras, diferentes corbatas pero los mismos aspavientos. Diferentes siglas
en el muro desde el que mienten pero idéntico desprecio, en su mirada, por la
angustia de una sociedad que ve como se le roba el futuro. Jerarcas corruptos,
moviendo las fichas del tablero de ajedrez sin importarles, sin pensar
siquiera, en la jugada del contrario; conscientes, aquiescentes ante la
travesura de cuatro poderosos que se van tragando la realidad y los sueños de
los que, cada vez menos, todavía conservamos un poco realidad y un menos de
sueños.
Violencia, también
como la de antes, pero que ahora ocupa más minutos, mas sangre en la pantalla.
Imágenes que, por su crudeza, sólo se nos insinúa para proteger una
sensibilidad que ya nadie recuerda. Personas que, a cuerpo descubierto, intentan
evitar el sometimiento contra androides con moderno armamento. Marionetas
mortales dirigidas por cuellos blancos con poder para arrasar una tierra que
nadie heredará.
Lágrimas
solitarias que no entienden las razones de los asesinos a granel. Que no pueden
perdonar porque nadie se preocupa de enseñarles que la venganza no cicatriza
heridas. Muertos inocentes ajenos al falso paraíso de los suicidas. Religiones
creadas para unir al hombre y utilizadas para destruir familias. Fuego y humo
que se lleva el viento dejando pedazos de lo que una madre llevó en su vientre.
Violencia de
barrio silencioso, de vecinos pero extraños. Crímenes con sólo victimas en un
solitario apartamento rodeado de ermitaños sordos, indiferentes fingiendo
sorpresa.
En ese bullicioso comedor
que ignora las sombras que nos amenazan se me atragantan los macarrones. De
repente se hace el silencio, la pantalla se llena de camisetas con diferentes
rayas, sobre un fondo verde que espera que ruede ese balón, bajo la, entonces
sí, atenta mirada de unos ojos sin vida.
Soy un inadaptado
pero no puedo con el segundo plato, dejo el billete encima de la mesa y me
largo. Para el futuro llevaré siempre un bocadillo preparado, aunque me toque
un día comerlo rancio, en un banco frente al mar, o sobre una piedra del
camino. Ya no estoy dispuesto a despreciar mi tiempo compartiéndolo con zombis.
Oscar da Cunha
16 de mayo de 2013
Moraleja: los telediarios deberían estar prohibidos a las horas de comer macarrones.
ResponderEliminarMenos mal que siempre estás de parte de la sonrisa, empujando la mía. Hay momentos que me superan.
ResponderEliminar¡Qué grande eres!...hasta cuando se te atragantan los macarrones
ResponderEliminarY eso que yo fui de los de la generación del Pelargón. Besos
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