—¿Turista?
—¡No! —contesté—. Avería
—¡Nada grave! —me soltó el anciano—, siéntate y tómate un cafelico. En
diez minutos estará reparado.
Le miré sorprendido. Anciano de pueblo, el típico, cabeza y boina todo
uno; debajo, la nariz, enorme, con buena mata de pelillos asomando. Su mirada aún
seguía siendo joven, pero dura, brillante; unos claros ojos grises, y mentón
poderoso; la mano bien agarrada al bastón preparada para arrancarte la cabeza
de un mandoble.
—En este pueblo no se puede arreglar nada importante, si fuese grave no
te habrían traído aquí.
—El de la grúa me ha dicho que seguramente será la batería.
—¿El Jacinto? ¡Ese qué sabrá!
»¿Tienes gasolina?
—Sí.
—Pues entonces la batería, te lo digo yo.
Guardó silencio mientras el barero me sacaba el café que yo no había
pedido. De nuevo solos, se me acercó mientras miraba a ambos lados de la
callejuela susurrándome al oído:
—Este también es un jodído comemisas.
—¡Vaya! —solté. No se me ocurrió nada mejor.
—¿Tú también estás harto?
—¿De quién? —pregunté.
—¡De Él! —hizo un gesto con la cabeza amenazando con su potente nariz
hacia arriba.
Eché un vistazo al balcón situado sobre la terraza del bar.
—¡No, no, más arriba! —No contento con estirar el cuello levantó el
bastón con tal energía que tuve protegerme la cara con los brazos, y señaló al
cielo que esa mañana se presentaba con un azul agotado.
—¡El de arriba, cojona!
—¡Ah! Se refiere usted a …
—¿Tu ves la tele? —me interrumpió.
—Poco, para lo que…
—¡Pues haces mal! —me volvió interrumpir. El anciano, con su tono
autoritario, no me dejaba hilar más de tres palabras seguidas.
»La tele te hace pensar —Me miró fijamente con sus ojos grises mientras
se golpeaba la boina con su dedo medio.
»Yo veo muchos reportajes. A veces me sorprendo, embrujado, viendo un
paisaje, tanta belleza me abruma, me parece… magia, y si hay magia me digo:
¡tiene que haber un mago!
»También me gustan mucho los que nos enseñan las estrellas, ese infinito
en el que, de momento, dicen que solo hemos conseguido descifrar una minúscula
parte. Es una obra grandiosa, una maravilla de la ingeniería en continuo
movimiento, y me digo: ¡tiene que haber un ingeniero!
»¿Me sigues? —preguntó mientras agarraba con fuerza el mango redondeado
de su bastón.
—Sí, por supuesto —respondí escuetamente antes de que me interrumpiera y
atento a cualquier movimiento de la estaca. Sentí como me incrustaba la fuerza
de su poderosa mirada.
—Los que no comprendo son los de África y el hambre, el cadáver de un
niño, de lo que nunca pudo llegar a ser un niño, abandonado al borde de un
camino diez metros antes del cuerpo sin vida de la que nunca logró ser una
madre.
»¡¿El puto mago es ciego?! —gritó.
»Y qué me dices de las catástrofes naturales, cadáveres apilados,
familias rotas, esperanzas, sueños… todo destruido porque algo ha fallado.
»¡¿No había un ingeniero?!
Durante unos instantes me miró estableciendo un silencio que solo el pitido
de los vencejos se atrevió a interrumpir.
»¿Sabes? Todo empezó con mi padre, lo mataron en la guerra civil, justo
un año después de que yo naciera, no tengo ningún recuerdo de él.
—¡Lo siento! —me apresuré a soltar.
—¡Na, na, ya pasó! Pero el que lo fusiló, quien después fue alcalde de
este pueblo, también fue creado a imagen y semejanza de Él, con sus mismos
instintos.
»¿Has conocido a algún loco?
—No…, no en persona —contesté.
—¡Yo sí! y no están locos, ¡solo están hartos!
A media mañana salí del pueblo, los dos tenían razón había sido la
batería. Pero no podía borrar de mi cabeza las últimas palabras de Jacinto.
—Le he visto a usted entretenido con Don Andrés, es el párroco del pueblo.
Oscar da Cunha
22 de septiembre de 2012
(Equinoccio de otoño)
Perdón, Oscar, por no haber llegado antes a este lugar. Andamos tan "enREDados" que no dan los tiempos.
ResponderEliminarLlego y me encuentro con menudo párroco... ¿Qué buen relato! Y que disparador de reflexiones, como todos tus textos.
Enhorabuena por tus letras, nos seguimos leyendo.
No son necesarias las disculpas hugojota, todos estamos inmersos en esta vorágine que llamamos vida, se acumulan los mails, el trabajo (el que da de comer), y cada uno hace lo que puede; ya es mucho saber que estáis ahí, se nota vuestra compañía, es el estímulo para seguir con esta aventura.
ResponderEliminarEl párroco tiene su vuelta, ¿loco, harto, o simplemente demonio por viejo?
Gracias, una vez más por tus comentarios.
Abrazos hugojota.
¡Me encanta este párroco, Oscar! Dicen que una de las formas de oración más serias es la blasfemia...¡de alguna manera significa tomarse en serio a Dios y...al pobre ser humano tan mísero,él,tan mísero!
ResponderEliminarMe había preocupado porque me dije...no vaya a ser que mi amigo se haya cansado de esta aventura de solitarios que es la escritura...¡vieras que alegría leerte! Es cierto el trabajo para ganarse el pan, las aventuras y las desventuras diarias a veces nos agotan pero...sin este pergeñar letras por puro y santo placer ¿qué sería nuestra vida? Si eres escritor de raza...¡nada!
Un abrazo!!
Un personaje interesante Don Andrés, dicen que la verdad está en la mente de los hartos, él solo imploraba a gritos.
ResponderEliminarLa escritura es ya el soplo por el que navego cada día, unos más que otros, según me permite el caprichoso tiempo. También estoy comenzado una nueva navegación con hoja de ruta hacia tierras lejanas que me ocupará muchas horas, meses, y conociéndome, años. Pero espero pasar por aquí con cierta frecuencia. Septiembre también ha tenido la culpa, todos los años me distrae, el muy caprichoso.
Gracias por la compañía y por esa llamada amiga, tonifica.
Un abrazo Begoña.