domingo, 12 de abril de 2020

La Despagada

«Considero que, para aquel al que se le narra el relato, creer sólo es la diferencia entre una verdad y una mentira».

Owen Felltham
«Of Lies and Untruths», Resolves or Excogitations.
A Second Centurie (1628), iv

La Despagada

Así la llamábamos, pero porque era a cosa hecha. A la Despagada la habíamos heredado. Como los discos de la sinfonola del bar Baridad y los labios de Sonsoles, nadie se hacía hombre sin pasar por ellos.
Todo había pertenecido antes a la generación perdida. La última que disfrutó del preu justo antes de que cambiaran las viejas mesas, las que se fueron con todas aquellas declaraciones de amor talladas durante las clases de latín. Tal vez también se llevaron el amor y por eso a nosotros sólo nos quedaron las motos y la madre de Alberto, que se encargaba de las urgencias.
            Recuerdo que era alta y flaca, de esas que en vez de llevar la ropa puesta parecen un tenderete. Pelo blanco y rizado hasta el cogote y más allá la ausencia. Ojos ultramarinos, voz de mandar y siempre perros atentos a su alrededor. Y se comentaba que una vez tuvo novio; pero le planteó las cosas, él, y de ahí su estropeada sonrisa. Mitad venganza y el resto América ya se descubrió. Debió de ser cuando ella se puso el disfraz de vieja y le declaró la guerra a cualquier atrevido que se moviese. Entre la Despagada y los demás había una trinchera y silbido de balas. Era de romper su soledad para echarse sobre alguien de los fuertes y decirle lo que nadie se había atrevido y todos sabían que era cierto.
            Empecé a verla con un bastón. Eso debió de coincidir con mis últimos tiempos en aquella ciudad. Sí, ahora me viene a la cabeza que yo me marchaba de allí mientras Sade estrenaba Smoth Operator y por eso me vais a tener que perdonar que esta historia no tenga desenlace.
Yo no soy de preguntar y estoy acostumbrado a buscarme artimañas que solucionen mis curiosidades. Alberto fue el elegido. Porque vivía con un par de fascículos de retraso y también ayudaba lo de su madre, claro.
            Fue ponerme a especular sobre por qué en el bastón de la Despagada yo había visto sangre y después esperar. Los pescadores hacen lo mismo y Pedro creó una iglesia.
            Los alcahuetistas tardaron más de lo que me esperaba, pero eso es porque había sobrevalorado a Alberto. Ahora he aprendido a contar mejor los fascículos.
            Primero fueron gatos y, mientras yo hacía las maletas, aproveché un descuido para enseñarle a Alberto con qué consistencia permanece nuestra sangre sobre la madera. Nada que ver con esa chapuza que dejó el peludo escuchante de los conciertos de doña Aurora. Todavía conservo la carta que me escribió aquella vecina y casi lloro cuando leo el cariño con que lo ha sustituido por una figura de Beethoven sobre el piano.
Sólo era necesario saber mirar bien el bastón. Insistí. Bueno, lo admito, también ayudó que en el último momento yo renunciara a llevarme aquel disco de Miguel Ríos. Los dos hemos salido ganando, Alberto lo guarda como una joya y yo he aprendido a falsificar dedicatorias en inglés.
            Mis últimos recuerdos de aquella ciudad están llenos de gotas en la mirada. Llovía, pero pude ver lo que pasaba más allá del cristal delantero del coche. Se habían formado dos patrullas ciudadanas. Una para buscar el cadáver y la otra, la de los que llevaban la soga, para ponerle las cosas claras a la Despagada.
            Yo no he vuelto. No sé lo que pasó. Ese es mi estilo, soy generoso, siembro y que cosechen los demás.

Oscar da Cunha
12 de abril de 2020

2 comentarios:

  1. "Mis últimos recuerdos de aquella ciudad están llenos de gotas en la mirada." Por mucha acidez que le eches al condumio, por mucha de esa tristeza que no puede llorar y sonríe, ironía en la que eres magister,siempre se te escapa siquiera una mijita de duz y es que ya lo dijo el amigo Gustavo A, mientras haya en el mundo primavera, habrá poesía ¡ Y mira que él no sabía que habría de venir una como esta con tanto tiempo para pensar ! Como siempre , gracias por compartir tus mareas literarias.Con la de hoy bien te has salido con la tuya: para aquel al que se le narra el relato, creer sólo es la diferencia entre una verdad y una mentira»

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  2. Muy interesante como escribes no hay desperdicios en tus letras

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