domingo, 5 de enero de 2020

Galdós, el centenario.


Menos mal que de vez en cuando me sucede algo raro, porque un escritor, visto desde fuera, es el tipo más aburrido del mundo. Y visto desde dentro también. Todo les pasa a los personajes. Son ellos los que viajan, se pierden y deciden no encontrarse, aman sin responsabilidades, matan con estilo… y el escritor sólo toma nota. Uno no es más que el secretario de turno de la imaginación.
            Todavía no sé por qué lo hago, supongo que escribir es la única manera que conozco de comunicarme con las diferentes posibilidades de mí mismo.
            Pero a veces los personajes sospechan que el asunto va de su vida y se lanzan a improvisar, ahí es cuando la cosa se pone complicada. Los míos no se molestan en discutir, se saltan el esquema previo y me dejan los apaños a mí.
            Suena el móvil. ¡Maldita sea!, a ver cómo arreglo ahora yo esto porque estoy en 1977. Vale, lo cambio por un fijo. —Ya estamos con la fastidiosa documentación—. Tengo que estudiar las posibilidades de que hubiera teléfono en la farola bajo la que él y ella  están decidiendo… El lío de los prefijos y todo eso.
            Insiste el móvil y me doy cuenta de que es la realidad la que llama. Salgo de la novela y miro la pantalla. No conozco el número y me preparo para ponerme en modo contestador automático: «Muy amable, gracias, no me interesa».
            —Diga.
            —¡No cuelgue, por favor! No me cuelgue, necesito ayuda.
            Se trata de una voz femenina, joven. Habla con angustia, casi desesperación, justo el susurro de quien necesita no ser escuchado en su entorno. Hasta dónde están llegando las empresas para vender, me digo.
            —He marcado un número al azar. —Dice la chica de la voz—. ¿Puede ayudarme?
            Me resigno a aprender posibles nuevas técnicas de marketing y le pregunto qué tengo que comprar.
            —No hable fuerte que pueden oírle.
            —¿Quién?
            —Ellos, los que nos han quitado el teléfono. Le llamo desde el reloj.
            Algo hago mal, seguro. Yo todavía estoy pagando los plazos del mío y sólo da la hora. Pero empiezo a tomarme en serio esa llamada.
            —¿Sigue ahí?
            —Sí —respondo mientras miro con desasosiego a mí alrededor y le pego una patada al perro para que se ponga alerta—. ¿Te encuentras bien? ¿En qué puedo ayudarte?
            Oigo pasos, lentos, y me llega la respiración de la chica. No ha colgado pero no contesta. Espero con ansiedad, ya me imagino el peor de los escenarios. Estoy por cortar, llamar a la policía para que localicen ese número y envíen a… lo que tengan que enviar en estos casos, ellos son los profesionales. Yo sólo me he enfrentado a este tipo de situaciones en la ficción y siempre tengo preparado un plan B antes de escribir.
            —Ya se aleja. Espere, por favor. —Ahora está desesperada, lo noto y se me contagia. Me tienta encender un pitillo pero lo dejo, el humo puede delatarla. No me fío de esos nuevos relojes que te acusan de todo.
            —Ya. ¿Me oye?
            —Por supuesto.
            No pretendo parecer un experto en este tipo de desgracias pero se supone que se me han amontonado los años para algo.
            —No hagas nada, no te enfrentes a ellos y no te preocupes. Dime dónde estás y yo llamo a la…
            —No, no. Eso sería peor para todos —me interrumpe—. No llame a nadie.
            —¿Todos? ¿Qué os está pasando? ¿Cuántos sois?
            —Esto es terrible. No se lo puede imaginar. Por lo menos siete mil para cinco plazas y una va a ser eventual.
            Un suspiro.
            »No me deje tirada, por favor, que me tumban la oposición. Pérez Galdós. ¿Dónde hizo la mili?
            —¿Oposición, para qué?
            —Para ordenanza de Belchite, el viejo, no se vaya a pensar que le hablo de cualquier cosa. Pero con esto del centenario, pues ya ve, siempre sale Galdós. Yo me presento por el sueldo y el uniforme que no me queda nada mal. Eso me ha dicho mi novio.
            Respiro profundo y espero hasta que los tacos atraviesen el duodeno.
            —Mira, bonita, de los cien mil hijos de san Luis él fue el cien mil uno. El turuta.
            »Tú pon eso y me mandas un wassap con una foto del uniforme y tú al lado en bragas.
            Cuelgo, le pido disculpas a Pepe por la patada y nos echamos al monte, que es la pieza más interesante de la casa donde vivo.
            —Nos ha jodido con los centenarios…

Oscar da Cunha
5 de enero de 2020

1 comentario:

  1. Menos mal que de vez en cuando me sucede algo cada vez más raro como encontrar una de tus pequeñas veleidadades en esta "marea literaria de sensaciones, riesgo" e ironía que es genunína marca de la etxea da Cunha , amigo.
    ¡ Qué buen regalo de esos Reyes Majetes ! aunque venga casi pasadas las Pascuas pero, si las convocan, yo me presento a la oposición para escudera de uno que hizo la mili en Barcelona. Me presento y no por el sueldo, que lo hago de balde.Sí por la sonrisa que no me queda mal y tanto necesitamos todos. Gracias, señor da Cunha, va vd. por buen camino.

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